Reportaje publicado en el número de abril de La Marea
DELTEBRE // Cuatro décadas atrás, las familias que se acercaban a comer al restaurante Els Vascos, en la playa de la Marquesa del Delta del Ebro, se quedaban de sobremesa mientras los pequeños jugaban en la arena. Más de un kilómetro separaba el local del mar. En diciembre del año pasado, el Ayuntamiento de Deltebre (Tarragona) tuvo que actuar de urgencia para colocar grandes rocas frente al restaurante y evitar que las olas lo echasen abajo. “Recuerdo que, de pequeña, para ir al mar cruzábamos un camino, luego había otro chiringuito, y seguíamos hasta la caseta de la Guardia Civil. Después comenzaban unas dunas enormes donde no podías ir descalzo porque la arena quemaba”, rememora Marcela Otamendi, copropietaria del restaurante que heredó junto a su hermana. Hace ya algunos años que el mar ha llegado hasta las puertas del negocio.
El delta, formado durante siglos a partir de los sedimentos que arrastraba el río Ebro desde la Cordillera Cantábrica, los Pirineos y el Sistema Ibérico hasta su desembocadura, hace décadas que está en regresión. La construcción en los años cincuenta y sesenta de los embalses de Mequinenza y Ribarroja en la frontera de Aragón con Cataluña frenó la acumulación de sedimentos, rompiendo el delicado ciclo natural. Las presas dejan pasar el agua, pero frenan las arenas que arrastra el río. Al no llegar más sedimentos, el mar está limando poco a poco el delta.
Una amenaza que ya se ha hecho manifiesta y que puede conllevar la desaparición de un enclave único, donde convive el cultivo del arroz, el marisco y la pesca en el segundo ecosistema acuático más importante del Mediterráneo occidental –sólo por detrás de la Camarga francesa–, declarado el año pasado por la UNESCO reserva de la biosfera. A la regresión se unen otros dos fenómenos que afectan severamente al delta: la subsidencia, es decir, el hundimiento de la tierra; y la salinización, el crecimiento de la proporción de agua salada frente al agua dulce debido a la menor fuerza del río, que no logra impedir el avance marino.
Este ecosistema singular depende de un frágil equilibrio que la mano del hombre ha desestabilizado. Un informe reciente de la Dirección General de Costas señala que, de continuar la gestión actual del río, en el 2025 una cuarta parte de la superficie del delta, donde viven cerca de 60.000 personas, se verá inundada por el mar.
El Plan Hidrológico de la Cuenca del Ebro aprobado en Consejo de Ministros el pasado 28 de febrero, temen los habitantes de la zona, lejos de solucionar el problema acelerará este proceso, avanzando así la desaparición de su tierra y su modo de vida. La nueva normativa amplía en un 50% el número de hectáreas de regadíos que se nutren del río durante su trayecto hacia el Mediterráneo, agua que se desvía antes de llegar a la desembocadura. Además, mantiene un caudal ecológico (el mínimo que por ley debe pasar) similar al actual para el tramo final del Ebro, de poco más de 3.000 hectómetros cúbicos anuales en Tortosa (Tarragona). Este hecho implicará ahora una gran diferencia: están a punto de terminarse el canal de Segarra-Garrigues, que desviará agua hacia la zona interior de Cataluña y el área metropolitana de Barcelona, y el Xerta-Sènia, que llevará agua al País Valenciano. Cuando estén finalizados, todo el caudal sobrante de este tope legal se podrá desviar.
Por Tortosa, a 44 kilómetros de la desembocadura, pasan a día de hoy hasta 9.000 hm3 anuales. Los técnicos de la Generalitat fijan el caudal ecológico necesario en el tramo final del río en 7.100 hm3 en años secos y 12.500 en lluviosos, muy lejos de los poco más de 3.000 aprobados. “Si pasasen los 3.000 hm3 que marca la ley, el delta ya no existiría. Ahora se fija la misma cantidad de agua pero están acabando los canales. Como sólo tendrán la obligatoriedad legal de mantener estos 3.000, con el resto podrán hacer lo que quieran”, asegura el portavoz de la Plataforma en Defensa del Ebro, Manolo Tomás, desde el local de la asociación en Tortosa. “Los canales, además, están sobredimensionados. No hay tanta extensión de regadíos como para necesitar un volumen tan elevado de agua”, afirma. La ley de evaluación ambiental, aprobada en solitario por el PP el pasado diciembre, abrió la puerta a que usuarios privados (en este caso las comunidades de regantes), puedan comercializar el agua sobrante. “Esto puede suponer un trasvase encubierto”, denuncia Tomás.
Lleva a sus espaldas una larga trayectoria de activismo en defensa del río. La movilización que protagonizó la Plataforma contra el trasvase previsto en el Plan Hidrológico Nacional (PHN) que impulsó el Gobierno de Aznar traspasó las fronteras de las Terres de l’Ebre y popularizó el símbolo de una cañería anudada sobre fondo azul. “Está demostrado que, por distintos motivos, el caudal del Ebro disminuye un 10% cada año. La situación no es sostenible para la desembocadura, donde está el delta, un ecosistema singular protegido internacionalmente”, mantiene Tomás.
El Plan Hidrológico del Ebro prevé pasar de las 965.000 hectáreas de regadío actuales a 1.410.000. Además, impulsa la construcción de 40 nuevos embalses, que se sumarán a los 109 que ya existen. Como resultado de todas estas medidas, el volumen de agua que aportará el Ebro para los distintos usos (para el consumo humano, para regar campos y terrenos, etc.) será del 70% del total de su cuenca, en lugar del 55% actual. El río, pues, deberá sobrevivir con el 30% del agua restante. “En el plano medioambiental, en poco tiempo se producirá una situación que raya el delito ecológico”, sostiene Tomás.
Y es que en el Delta del Ebro habitan en algunos momentos del año más de 350 especies de aves de las cerca de 600 que existen en Europa. Sus humedales atraen a algunas de las colonias de cría de aves marinas más importantes del Mediterráneo. En invierno, 30.000 aves limícolas y más de 70.000 anátidas los usan como zonas de descanso y alimentación, durante su migración hacia lugares más cálidos. Algunas de las especies, como la gaviota corsa, tienen en la Punta de la Banya (en el extremo sur del delta) más de la mitad de toda su población mundial. Flamencos, garzas reales, cigüeñas, cormoranes… una gran variedad de aves encuentran en el delta un lugar para anidar, invernar, o descansar. Los tres fenómenos (regresión, subsidencia y salinización) que más están afectando al delta, alertan los biólogos, pueden suponer un grave impacto sobre este ecosistema.
Pero no sólo sobre el ecosistema natural. La economía de la zona se nutre desde hace siglos de las singulares características del delta. La agricultura, la acuicultura y la pesca constituyen el motor económico que sustenta a gran parte de la población.
La panorámica de la desembocadura la dominan 20.000 hectáreas de campos de arroz, que comenzaron a cultivarse en el siglo XIX. Josep Pedro Castells, presidente de la Comunidad de Regantes del Margen Izquierdo del río, expresa su profunda inquietud por el futuro de los cultivos desde su oficina junto al canal izquierdo en Deltebre, en el corazón del delta: “Hay una regresión importante. Nos preocupa porque dentro de unos años el mar se habrá comido una tercera parte del delta”, señala.
Alguna de las fincas que gestiona la comunidad de regantes ya ha tenido que retirarse tierra adentro por el avance del mar. “El propio peso del delta va presionando el terreno hacia abajo, y estamos perdiendo unos 2-3 milímetros cada año. El nivel del mar sube entre 6 y 7 milímetros, así que entre las dos cosas suman un centímetro. Una tercera parte del delta está a 25 centímetros sobre el nivel del mar, así que imagina qué puede suceder en 25 años”. Subraya que cualquier plan que se haga sobre el Ebro debería garantizar primero la subsistencia del Delta. “En la parte norte del río pueden perder una cosecha por la falta de agua, pero nosotros perdemos la tierra, nos quedamos desnudos, sin nada. No podremos subsistir”. “Hicimos unas alegaciones en su día, pero como somos minoría no se han tenido en cuenta”, asegura.
Marcela Otamendi, que cultiva arroz en la finca familiar y durante el invierno se dedica a la pesca de la angula, ha visto como parte de las tierras de su familia se las ha tragado el mar. “La impotencia es tremenda, porque hemos ido viendo que pasaría esto, y también cómo el mar engullía hectáreas de terreno público con un gran valor medioambiental. Ahora el mar ya está dentro de nuestra casa”. El año pasado fue el primero en que no pudieron abrir Los Vascos para Semana Santa porque un temporal echó abajo una de las paredes del restaurante. “El delta se está muriendo día a día, está desapareciendo por esta enfermedad grave que se llama regresión, y contra la que nadie hace nada. Una vez el mar se coma nuestra finca, llegará a las puertas del pueblo”, se lamenta.
La vida entre dos corrientes
Con la misma preocupación se expresa Ramón Carles Gilabert, productor de moluscos en el delta que le vio nacer. En 1962, su padre instaló la primera mejillonera de la zona, en la que Gilabert trabajaba con sus hermanos. Ahora produce cerca de 200 toneladas anuales de mejillón. El marisco, explica, se alimenta de los nutrientes que trae la corriente del río, que mezclados con la del agua salada del mar crea las condiciones necesarias para la producción. También genera el fitoplancton que da vida a las algas con las que se alimentan los peces al nacer, y provoca, entre otras cosas, que la desembocadura del Ebro contenga una de las poblaciones más densas de sardinas del Mediterráneo.
“Este plan puede ser la ruina para el sector, porque casi no deja caudal. Si el río no corre, ¿qué nutrientes aportará al mar? ¿Qué fósforo? ¿Qué nitrógeno llegará? Nada. El crecimiento será muy poco y la calidad nefasta. Nadie querrá este mejillón”, afirma Gilabert con la mirada baja, mientras ladea la cabeza en señal de negación. “No puedo ni hablar de este tema, es muy preocupante, mucho…”. “Cuando oigo a representantes del PP decir que el agua del río ‘se pierde en el mar’… Lo que les interesa es llevarse el agua, que llegue aquí y genere producción les importa un pepino. Han cogido los datos que les interesa y punto. No nos han escuchado”, explica con semblante triste: “El delta es parte de nuestra vida. Hay mucha gente que está viviendo del marisqueo, de la pesca… Si esto se corta puede ser una catástrofe”.
Las normas legales sobre el río, que transcurre por hasta siete comunidades autónomas, se desarrollan a partir de la pugna entre la protección del ecosistema y las peticiones de agua que realiza cada territorio para satisfacer la demanda de sus regadíos, sustentadas en lo que reclaman las distintas comunidades de regantes. Unos organismos en los que la fuerza la tienen los mayores propietarios de tierra, ya que cuantas más hectáreas de terreno se posee, más votos se tiene para escoger a las juntas directivas. Estos intereses cruzados provocan que, en Cataluña mismo, mientras los habitantes del delta rechazan de plano el nuevo plan hidrológico, la comunidad de regantes del Canal Segarra-Garrigues (Lleida), ha dado su apoyo al proyecto.
Desde la PDE ven con recelo este importante aumento de la superficie que deberá regar el río, más cuando parte del agua reservada irá a parar a zonas de secano como el desierto de los Monegros. “Es la perversidad del debate. Nos vemos obligados a justificar que el agua es importantísima para el mantenimiento del territorio y todavía nadie nos ha explicado de dónde salen 450.000 hectáreas más de regadío”, denuncia Tomás.
La Plataforma se ha implicado desde el principio en los procesos de participación abiertos para elaborar la normativa, pero ninguna de sus peticiones ha acabado incluida en la ley. “De todas nuestras demandas, aquí no hay ni una coma”, lamenta Tomás, sosteniendo el borrador del plan. David Sáez, un ambientólogo que lleva años trabajando en temas de gestión del agua, asegura que algunos de sus compañeros, empleados de la Agencia Catalana del Agua, han acabado hartos de que sus recomendaciones cayeran en saco roto: “Lo que han hecho finalmente el Gobierno y la Confederación Hidrográfica del Ebro es imponer su modelo. Se han organizado reuniones para poder decir después que es el resultado de un proceso participativo”, denuncia.
Al contrario de lo que afirman los técnicos de la Generalitat, el Gobierno mantiene que el plan no afectará al ecosistema del delta. “Cuando lo aprobaron les hicimos una pregunta muy sencilla: “¿Nos podríais dar el nombre de los científicos que avalan estos estudios?” –asevera Tomás–. No existen. Los ha hecho una consultora bajo demanda. El director de planificación de la Confederación, Manuel Olmedas, lo dijo en Amposta (Tarragona) en un debate distendido: el caudal ambiental que dejan para el tramo final del Ebro es el sobrante de todos los compromisos que tienen río arriba”. El portavoz de la PDE lamenta que “se legisla sobre el río porque se lo ve como un elemento mercantilista. Desde Madrid y desde la Confederación no ven un río, ven agua”.
La Plataforma espera que la movilización ayude a preservar el Delta del Ebro. A principios de los 2.000, logró detener el trasvase. “Hay unas cuantas decenas de activistas muy bien formados, y con una gran voluntad de persistencia”, subraya Tomás. El 30 de marzo se ha convocado la primera gran protesta. La atención estará puesta también en Europa, de donde deberá llegar la respuesta a la queja enviada por la plataforma y la denuncia presentada por la Generalitat.