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Pasado, Presente y Futuro de los Trasvases

9 novembre 2010

Us reproduïm el document que també podeu trobar en format pdf a la FNCA

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LOS TRASVASES

Fco Javier MARTINEZ GIL
Catedrático Emérito de Hidrogeología
Universidad de Zaragoza

Fundación Nueva Cultura del Agua

Los trasvases han sido y son la “quintaesencia” de los conflictos del agua en España. Si no fuera por ellos, hoy la polémica sería menor, y en todo caso muy local; estaríamos más centrados que ahora en el análisis y en la solución de los verdaderos problemas.

La Nueva Ley de Aguas, la de 1985, en gran medida fue una estrategia, aparentemente sutil -revestida de un solemne discurso del uso racional del agua y del respeto sublime a sus funciones de naturaleza y significados para el ser humano-, con la que legitimar este tipo de actuaciones en general y, más concretamente, los trasvases del Ebro en particular, convertidos desde principios de los años 40 en una obsesión recurrente de la gran ingeniería hidráulica de nuestro país, que ha hecho de su ejecución un atractivo símbolo del poder tecnológico y de culto a la megalomanía, frente al modesto bien hacer y al sentido común de las cosas.

Los grandes trasvases, como los proyectados en el Ebro, son obras que llevan asociadas un inimaginable mundo de intereses económicos y políticos, que a los ojos y apetencias de los interesados las hacen irrenunciables, hasta el punto de que no hay ministerio, ministro ni ministra del ramo (ni Gobierno tampoco) capaz de zanjarlas. En esencia, se trata de la legitimación del reparto de las aguas del gran oasis del mediterráneo peninsular, que es el apetecido Pirineo.

Desde José Borrell, pasando por Isabel Tocino, Jaume Matas, y todos los ministros habidos del Medio Ambiente (exceptuando el fugaz paso de Cristina Narbona) fieles a las consignas del Presidente del Gobierno de turno y a los obligados arreglos de éste con los afanes de los grandes poderes fácticos del país en la materia (que abarcan al sector de la construcción, al de la ingeniería de la obra pública, al hidroeléctrico, al agrícola, al abastecedor y al inmobiliario del litoral mediterráneo) no han tenido reparo en afirmar que sin el trasvase del Ebro el Plan Hidrológico Nacional carecía de sentido, evidenciando así que esa “quinta esencia” referida no es otra que el reparto y control del agua y los ríos del Pirineo.

La impopularidad que en Aragón levantó en los años 70 el proyectado gran trasvase del Ebro de 1.400 hm3/año a Barcelona -alimentada desde la manipulación de un fácil sentimentalismo popular aragonesista enardecido bajo slogans tan vacíos como el de “nos roban el agua”, “nos dejan sin futuro” y cosas parecidas-, hizo que la nueva Ley evitara el término trasvase en favor de un nuevo eufemismo: “transferencia”. A su vez, redujo el sentido del término, entendido desde entonces como una “transferencia de una cuenca a otra, entendida aquella en el sentido administrativo; es decir, como el espacio hidrográfico drenado por un río que desemboca directamente en el mar. Sin embargo, desde el punto de vista hidrológico tan trasvase es el del Tajo al Segura, como el del Gállego al Cinca, o del Aragón a la cuenca de los Arbas. 2

En principio los trasvases son actuaciones intrínsecamente no deseables, contra natura, que desencadenan complejos e inesperados desequilibrios naturales; son obras costosas y rígidas (no son reversibles) y tienen un “efecto droga”, en el sentido de que crean dependencias crecientes y generan nuevas apetencias que no tienen límite de satisfacción posible. Cuestan mucho dinero público, en detrimento de otras prestaciones sociales más concretas y perentorias; un dinero expuesto siempre a la picaresca de los grandes desvíos presupuestarios, difícilmente comprensibles pero siempre legales. Ecológicamente son un atentado a los ecosistemas fluviales, tanto a los cedentes como a los receptores. Desde el punto de vista social su simple planteamiento desencadena enfrentamientos entre unas comunidades y otras, que llegan a abrir heridas que nunca restañan, de forma que lejos de esa pretendida vertebración y unión del país en torno a lazos de dependencia y solidaridad hidrológicos son motivo de desunión y enfrentamiento visceral .

Es normal que así sea, porque desde el punto de vista emocional, los ríos son una parte consustancial de los territorios por los que pasan y aportan sus caudales; son elementos mayores de su personalidad y, por consiguiente, de la vinculación emocional del ser humano con ellos. Un trasvase es, en cierto modo, un atropello a esa identidad, legitimado desde la fuerza de la mayoría parlamentaria y sus complejas dinámicas de arreglos y apaños .

Los grandes trasvases llevan inherentes unos factores emocionales muy grandes que no pueden ni deben ser ignorados ni minimizados. Imaginemos el caso de que, en razón de una mayor rentabilidad económica, un gobierno mayoritario decidiera desmontar la Alhambra de Granada, la basílica del Pilar o el acueducto de Segovia para “trasvasarlos” a Barcelona. Es normal que los trasvases sean percibidos por los pueblos ribereños afectados como un atropello y una violación de su territorio, máxime cuando no responden a una necesidad objetiva de nadie sino a un afán claro de lucro, de mercadeo, de cálculos electoralistas y de especulación. Paradójicamente, los intereses favorables tienden a tildar de insolidarios a quienes se oponen a su ejecución.

Hoy, en la realidad hidrológica, económica, productiva y social española, los grandes trasvases -como los contemplados en las actuales políticas hidrológicas oficiales y oficiosas-, no responden a una necesidad social objetiva de nadie ni a una estrategia productiva o autárquica del país, sino a una apetencia, a un deseo de lucro que raramente guarda proporción con el daño físico y moral que conllevan, y menos aún con su coste económico y patrimonial de naturaleza. Su perversidad está en que son planteados como un parabién del futuro, como una exigencia del progreso, que en su hipocresía no duda en utilizar el discurso de las necesidades de boca y la situación del pobre agricultor.

Los protrasvasistas tienden a ignorar toda esa realidad o, cuando menos, a minimizarla. Ignoran que con el agua trasvasada viajan sales, contaminantes, larvas, alevines, huevas, esporas, etc., capaces de alterar con su fuerza invasora todo el ecosistema fluvial receptor; por eso no todas las aguas a trasvasar son aptas para la cuenca receptora, lo mismo que ocurre con la sangre y las transfusiones. Es obligado aplicar el principio de precaución, lo que la sabiduría popular refiere con ese expresivo “los experimentos con gaseosa”.3

Obviamente, animados por el gran poder modificador del medio natural de la tecnología de la gran fontanería hidráulica, los sistemas productivos y formas de confort que nos hemos ido creando en estas sociedades del bienestar, de la especulación y el consumismo irresponsable como exponente y meta del modelo de progreso, han ido desencadenando una apetencia por el agua que no tiene límite de satisfacción posible, porque tiende a seguir considerándola como un bien libre, tan libre como el aire que respiramos y, por tanto, como un derecho. El caso de la cuenca del Segura, y en general el de todo el litoral mediterráneo, es el paradigma de esa realidad.

El problema que plantean los trasvases, como ocurre en todo, es la falta de sabiduría a la hora de utilizar las posibilidades de la gran tecnología dentro de un sentido de la mesura, que es lo que hoy hemos perdido, guiados por la codicia, la inmediatez y la falta de responsabilidad, que nos ciegan ante cualquier reflexión y alternativa.

Si el archipiélago balear y el canario no hubiesen estado separados de la Península por el mar, serían hoy demandantes de trasvases desde el argumento de una naturaleza hidrológicamente desfavorecida, la demanda social, el derecho a tener un futuro digno, la sed secular de sus gentes, y mil metáforas más. Un futuro que, pese a todo, han conseguido asumiendo su propia realidad hidrológica, reasignando el uso del agua disponible, utilizado las técnicas pertinentes de eficiencia, depuración, reutilización, reciclado, potabilización y desalación.

Obviamente, no es lo mismo trasvasar un pequeño caudal de agua de unos pocos litros por segundo para cubrir las necesidades de abastecimiento de un pueblo o una ciudad cuando no hay otra alternativa, incluso las demandas de un pequeño complejo agrario, pecuario o industrial, que un trasvase de varios decenas, cientos incluso miles de millones de metros cúbicos al año. Y tampoco es lo mismo trasvasar 10 m3/s del Ebro que hacerlo del Amazonas. Quiere esto decir, que a la hora de generalizar, no todo vale; hay trasvases y trasvases. Es el sentido común y la mesura las que deben presidir la necesidad de su eventual planteamiento. Lo que ocurre es que cuando de poder, dinero o votos se trata, el sentido de la mesura no existe; por eso, parafraseando al monarca protestante francés, podríamos decir que “el poder de gobierno, sea central o autonómico, bien vale un trasvase”.

El mayor de los trasvases en servicio en España, el del Tajo al Segura, y todos nuestros planteamientos trasvasistas del pasado son una lección que no puede ser olvidada, hasta el punto de que no se debería plantearse ningún gran trasvase más sin explicar antes las razones de tanto fracaso y despropósito. El del Tajo fue un fracaso en el sentido de que generó unas apetencias y unas expectativas descontroladas y desmesuradas, que han acabado esquilmando los recursos de la cuenca receptora, empezando por los subterráneos y siguiendo por sus ríos, convertidos hoy en cadáveres hidrológicos del progreso.

Fracasó también porque la obra fue proyectada para trasvasar un volumen anual tres veces superior al que la práctica ha permitido y, aún así, a costa de la profunda degradación de un gran río ajeno, el Tajo, y la quiebra de un sector turístico prometido en la entonces llamada la Suiza de Castilla, que nunca llegó; el espacio, hoy desolador, que orla una parte del año a los grandes embalses de Entrepeñas y Buendía, de los que se nutre el trasvase, es un testimonio más de ese fracaso. 4

Fue un trasvase que prometía la recuperación del coste energético de las grandes elevaciones necesarias, a costa de la explotación de las bajadas; cosa que nunca fue así. Prometía también -y por Ley-, el respeto a unos caudales “mínimos” circulantes por el Tajo aguas abajo de la toma del trasvase, que han sido violados cuantas veces ha hecho falta hasta, finalmente, llegar a reducir la exigencia de la ley a la mitad,… Y ni aún así se cumple.

Lejos de reducir la presión de la apetencia por el agua, lo que ha hecho ese trasvase es acrecentarla. Si algún beneficio neto ha habido, es el del sector hidroeléctrico que genera su producto en esos dos grandes embalses y lo vende después para la elevación de más de tres centenares de metros que el propio trasvase necesita para pasar de la cuenca del Tajo a la del Guadiana por la Sierra del Altomira

En su afán de justificar los trasvases, la Administración -siempre cómplice de los planteamiento trasvasistas-, no ha tenido nunca reparos en difundir en la sociedad española un auténtico lenguaje hidrológico orwelliano; es decir, del engaño y la manipulación, para que los ciudadanos se muestren proclives a este tipo de actuaciones, y no reparen en los grandes negocios que ocultan.

Entre las numerosas expresiones con las que el ciudadano piensa y buena parte de los medios también, incluidos sus influyentes tertulianos, podemos citar “las aguas que se pierden inútilmente en el mar”, “las gentes que las necesitan”, “las cuencas deficitarias”, “las cuencas excedentarias”, “los injustos desequilibrios hidrológicos naturales del país”, “los déficit estructurales”, “los trasvases solidarios”, “la solidaridad interregional”, “los beneficios bidireccionales”, “los beneficios para todos”, “el agua es de todos”, “el agua para todos”, “el cambio climático”, “el agua como bien escaso que nos aboca a un siglo XXI marcado por las guerras del agua”, “el oro azul del mañana”, “el exquisito respeto a los valores medioambientales con los que son diseñados los trasvases, siempre de la mano de los mejores técnicos del país”, “las compensaciones justas a los afectados”, etc.

Los grandes trasvases proyectados a partir de ríos de régimen mediterráneo -como son todos los nuestros incluido el Ebro-, necesitan una serie de grandes depósitos en cabecera que aseguren la disponibilidad del agua a trasvasar. En el caso del Ebro esos depósitos son los embalses pirenaicos contemplados en el Pacto del Agua de Aragón , junto con Itoiz y Rialp, el primero en Navarra y el segundo en Cataluña, siempre presentados desde la coartada del gran regadío redentor, de las imprevisibles sequías y, hoy también, del cambio climático, del que mucho hablamos pero que en la realidad en poco o nada limita nuestros hábitos y modelos, siempre proclives a la inmediatez de los beneficios, sea en el plano personal o en el colectivo, que a la preocupación por el futuro. Es así como se explica el injustificable trato de favor que, con rango de Ley, hace el Plan Hidrológico Nacional a las obras de aquel Pacto, que hoy en día -pese a la crisis económica del momento-, el Gobierno autonómico de Aragón exige y el Gobierno Central promete, no recortar las inversiones necesarias.

Lo efectos medioambientales, humanos y patrimoniales, y los costes económicos de los trasvases son siempre mucho mayores que los imaginados, los derivados de la simple construcción de un acueducto, por grande que sea. Trasvases como los proyectados del Ebro, para hacer su necesario peinado hidráulico norte sur obligan a una serie interconexiones y permutas del recurso de unas cuencas con otras, mezclas de aguas y 5 biodiversidades, que son como un poner patas arriba a la naturaleza hidrológica de dos territorios, al donante y al receptor; son un intento arriesgado e irresponsable de crear un orden hidrográfico e hidrológico nuevo, un desafío a la realidad ecosistémica de la naturaleza, sin más horizonte que la inmediatez de unos pretendidos beneficios y unos votos. Con los grandes trasvases y las operaciones de alta fontanería hidráulica ocurre como en botica, que sabemos el dolor que quitan, pero ignoramos lo que meten a cambio en el organismo, ni sus efectos secundarios.

En el momento actual, lo que procede en nuestro país no son ya las políticas trasvasistas del reparto del agua, ni siquiera las políticas de nuevos grandes embalses, sino una redistribución de usos, unas revisiones concesionales, un control del consumo, un cerrar de una vez el socorrido y nefasto discurso interminable del regadío y el de los derechos históricos como coartada, junto a unas normas que obliguen a un uso más eficiente del agua, tanto en regadíos como en la industria y en los servicios urbanos.

En definitiva, lo que procede es instaurar una moral basada en un sentido del límite y en el principio de precaución; una cultura del respeto a la naturaleza, a los territorios y a las personas frente a este desarrollismo voraz y a las actuales políticas fluviocidas que devoran, territorios, energías, naturalezas, culturas, bellezas y identidades, y enfrentan a las personas en aras del dinero. Son políticas que al no tener techo, de la mano de la tecnología conducen al holocausto hidrológico del país, del que la propia gestión política de la Administración responsable es, desde hace décadas, su mayor cómplice y principal responsable. Son políticas al servicio de la flagrante insostenibilidad, contra la que tan fariseaicamente dicen nuestros gobiernos que actúan .

Las posturas exigentes de la zonas receptoras, al igual que las de las zonas donantes, son las mismas; son políticas del asalto a lo poco que va quedando de los ríos del país, políticas camaleónicas disfrazadas de respeto, progreso y patriotismo barato, pero auténticamente fluviocidas y privatizadoras de un bien tan público por naturaleza como es el agua o el aire. Son políticas de la destrucción y la huida hacia delante, que hoy en nuestros país no tienen justificación de ningún tipo, ni técnica ni económica ni moral; que desprecian los valores patrimoniales de naturaleza en juego, la belleza y los dolores humanos de los afectados.

Las zonas receptoras aspiran desde sus argumentos (necesidad, sed, el agua es de todos, etc.) a explotar los ríos ajenos a costa de un gran gasto público y a quedarse con el grueso del festín, incluidas sus migajas. Lo mismo ocurre con las zonas afectadas por las detracciones, que aspiran a hacer lo mismo; es decir destruir y privatizar sus ríos, para su propio provecho, en beneficio de los intereses de una población minoritaria. Ambas se apoyan en slogans populares vacíos que, agitados desde el discurso político y el apoyo mediático acaban creando fáciles sentimientos de identidad regionalistas frente a la socorrida táctica del victimismo.

“Murcia se muere de sed, se queda sin futuro”, “el agua es de todos,.. ¡basta de insolidaridades!. “Solo pedimos lo que a otros les sobra” . “Hay agua para todos”… Y todo un rosario de vacuidades, que debidamente manejadas generan esos sentimientos referidos. Lo mismo puede decirse respecto a los slogans de la otra parte, como el consabido que “nos roban el agua”, “que nos dejan si futuro”, y el popular “Aragón, agua y futuro”, tan vacío como el slogan que afirma que “Coca cola, la chispa de la 6 vida”. El único slogan sensato que he escuchado es el que dice “Agua para Todos sí, pero para todo no”

¿Qué modelo de futuro se pude imaginar un aragonés -me pregunto yo- cuando le hablan en esos términos y cuando, aparte de la finalización de los proyectos de regadíos actualmente en marcha, su gobernantes exigen ese sinsentido físico, esa entelequia virtual, que es la llamada “reserva estratégica” reconocida por Ley, de 6.500 hm3/año, el equivalente a seis grandes trasvases como el derogado por el PSOE de Zapatero. ¿Acaso el futuro de los aragoneses pasa por convertirse en regantes, cuando hoy el porcentaje de la población que vive del regadío apenas alcanza un 2% de la población activa de la Comunidad? ¿Qué modelo de futuro representa el agua para el 98% restante, cuando se dice que de Aragón no saldrá una sola gota de agua sobrante? ¿Alguien lo puede explicar?

La irracionalidad de las políticas del agua en España, gestadas en gran medida como un proceso de acción/reacción frente a las expectativas de los trasvases, configura un auténtico gallinero de despropósitos y de juegos de entretenimiento político. ¿Como es posible si no, que de los 1.400 hm3/año a trasvasar a la Barcelona de mediados de los 70, se pasara después en el Plan Borrell a 850 hm3/año, más tarde a los 350 hm3/año del PHN del PP , y después a los 0 hm3/año de la etapa de la ministra Narbona, a cambio esta vez de una gran inversión en enormes desaladoras, que ahí están, ociosas. Mientras, en todo ese tiempo, CiU ha seguido hablando de su proyecto de trasvase desde el Ródano, y el PP amenazando de que si gana las elecciones volverá a desderogar el trasvase del Ebro.

¿Cómo se pudo pasar de aquellas necesidades de un trasvase de 750 hm3/año, también urgentes, para atender las necesidades de futuro del complejo siderúrgico de Sagunto, a olvidarse de él? ¿Cómo el urgente y necesario trasvase del Ebro al Campo de Tarragona de 4 m3/s para atender las necesidades perentorias del desarrollo industrial y el crecimiento poblacional de la zona, se pudo haber equivocado en tanto, de forma que sobra el 50% de la cantidad prevista? ¿Cómo el proyecto y la obra del trasvase del Tajo al Segura se pudieron haber equivocado en tanto, en caudales disponibles y en coste de obra? El solo túnel del Talave costó diez veces más de lo previsto.

¿Y cómo, aquella llamada Primera Fase -necesaria y urgente como siempre-, del Anteproyecto del Plan Hidrológico Nacional de Borrell, que exigía una detracción mínima del Ebro de 2.000 hm3/año, el posterior Plan Hidrológico Nacional del PP lo redujo a la mitad? ¿Cómo de aquella Segunda Fase, el gran trasvase del Duero al Tajo y al Ebro, a partir de aquel gran canal Duero arriba, ya ni se habla? ¿Qué fue de aquel estudiado megaproyecto trasvasista, el SIEHNA (el Sistema Integrado para el Equilibrio Hidrológico Nacional, considerado hace unos años como la única alternativa a los problemas del agua del país, que tantos dineros públicos costó?¿Quién hace los cálculos y previsiones hidrológicas y económicas con tamaña frivolidad? ¿Por qué no hay responsabilidades de ningún tipo?

A uno le entra la risa -o el llanto de la lamentación, según se mire-, cuando se recuerda de aquel hilar antitrasvasista tan fino del PP, que en tiempos de oposición denunció ante los tribunales al Gobierno del PSOE por el transporte de agua en barco a Mallorca como un trasvase encubierto del Ebro, que al final acabó en una inútil fantochada que costó unos sabrosos dineros públicos de los que alguien se benefició.7

El país esta hoy más que nunca tomado por la lacra de la irresponsabilidad política. El caso del agua, es el exponente en versión hidrológica de esa realidad, una evidente situación de desgobierno, planteado desde la coartada del propio sistema democrático y el sainete de la participación ciudadana. Hoy, las irrenunciables políticas trasvasistas del Ebro siguen en pie, pese a la aparente derogación. El juego consiste en plantear la estrategia no ya desde una única obra, que sería impopular, sino desde una suma de pequeña acciones asiladas, llamadas a permitir el irrenunciable peinado hidrológico deseado, desde un mecano hidrológico que paso a paso, pieza a pieza, se irá construyendo.

¿Qué futuro tienen los trasvases? Respondo con un pensamiento del escritor y pensador Rafael SÁNCHEZ FERLOSIO: “Mientras los dioses no cambien, nada cambiará”. Hoy los dioses del llamado progreso son el dinero, la codicia y el afán de poder político y de notoriedad, por encima de cualquier consideración superior. La realidad que los permite y alimenta es la degradación del propio sistema democrático, que ha olvidado que gobernar es el arte de administrar con sabiduría y prudencia, sabiendo sobreponer el valor de lo permanente y lo colectivo, incluidos los derechos de las generaciones venideras, a los intereses inmediatos, privados y coyunturales,

En definitiva, lo que ocurre con el agua y los ríos es la versión hidrológica de lo que ocurre con todo; es el fraude político, la crisis de credibilidad, el imperio de la mentira y el engaño; es la crisis cultural en la que vivimos. Es la barbarie y el darle fuego a todo en aras de una inmediatez vendida como progreso e interés general.

No olvidemos que quien siembra vientos recoge tempestades.

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    1 comment

  • Buenas tardes: soy una estudiante de cuarto curso de periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, y en estos momentos estoy realizando un trabajo sobre el Plan Hidrológico Nacional del 2005.
    Me gustaría saber si me podrían poner en contacto con eminencias en el tema, como lo es el señor Don Fco Javier Martinez Gil. Para mi sería de gran ayuda y les estaría muy agradecidos.
    Muchísimas gracias por su atención
    Un cordial saludo.